HABILIDADES SOCIALES
Actualmente son muchas las personas que no se relacionan de manera favorable con las otros individuos, por
excesivamente permisivos, agresivos, intransigente, por transmitir mal la información, sin saber
expresar los sentimientos, y así una serie de dificultades manifestadas tanto
en el área personal, de pareja, familiar y laboral, lo cual indica un déficit
en una o varias habilidades sociales.
A pesar de la importancia demostrada de
las habilidades sociales en todos los entornos, muchas personas no les otorgan
la relevancia que poseen. Esto se observa, de manera especial, en el ámbito
laboral, en el cual muchos profesionales no tienen en cuenta a las habilidades
sociales a la hora de trabajar, o las consideran relegadas a un papel
secundario, muy por debajo de las competencias técnicas.
El mundo está cambiando a un ritmo
acelerado y esto exige darle al desarrollo de las habilidades sociales la
importancia adecuada, sobre todo en el manejo de las emociones y las relaciones
interpersonales. Según la consideración tradicional, la educación se centraba
esencialmente en la función de enseñar, concepción que ha venido cambiando en la
actualidad, prevaleciendo sobre todo el proceso permanente de aprendizaje de
cada persona, cónsono con la realidad y contexto social donde se desenvuelve.
Desde esa línea de pensamiento, la
educación debe buscar formar individuos sanos en lo afectivo y racional para
que funcionen dentro de un contexto cultural dado, en las dos vertientes
contradictorias y complementarias de conservar y transformar ese escenario para
así lograr el equilibrio ideal entre el corazón y la mente. En tal sentido, si
la educación debe servir para algo, tal y como lo plantea Suárez (2001), es
para que las personas sepan enfrentarse con éxito a las demandas y exigencias
que le impondrá su vida. Es decir, deben dotarse de habilidades y competencias
necesarias para ser felices, o lo que es lo mismo, mantener un adecuado estado
de bienestar psicosocial.
Las habilidades sociales son un conjunto
de conductas necesarias que nos permiten interactuar y relacionarnos con los
demás, de manera efectiva y satisfactoria.
Concepto de habilidades sociales
Conjunto de conductas emitidas por un
individuo en un contexto interpersonal que expresa sentimientos, actitudes,
deseos, opiniones o derechos de ese
individuo de un mido adecuado a la situación, respetando esas conductas en los
demás, y que generalmente, resuelve los problemas inmediatos de la situación
mientras minimiza la probabilidad de futuros problemas. Caballo (1986)
La expresión adecuada, dirigida a otra
persona, de cualquier emoción que no sea la respuesta de ansiedad. Wolpe (1977)
La conducta que permite a una persona
actuar según sus intereses más importantes, defenderse sin ansiedad
inapropiada, expresar cómodamente sentimientos honestos o ejercer los derechos
personales sin negar los derechos de los demás. Alberti (1978)
Las destrezas sociales son una parte esencial
de la actividad humana ya que el discurrir de la vida está determinado, al
menor parcialmente, por el rango de las habilidades sociales (Caballo, 2005).
Distintos estudios señalan que las habilidades sociales inciden en la
autoestima, en la adopción de roles, en la autorregulación del comportamiento y
en el rendimiento académico, entre otros aspectos, tanto en la infancia como en
la vida adulta (Gil Rodríguez, León Rubio y Jarana Expósito, 1995;
Kennedy,
1992; Monjas Casares, 2002; Ovejero Bernal, 1998).
En niños y adolescentes, la temática de
las habilidades sociales es relevante, no sólo por su dimensión relacional,
sino por su influencia a otras áreas vitales tales como la escolar, la familiar,
entre otras. Está comprobado que aquellos niños y/o adolescentes que muestran
dificultades en relacionarse o en la aceptación por sus compañeros del aula,
tienden a presentar problemas a largo plazo vinculados con la deserción
escolar, los comportamientos violentos y las perturbaciones psicopatológicas en
la vida adulta (Ison, 1997; Arias Martínez y Fuertes Zurita, 1999; Michelson, Sugai,
Wood y Kazdin, 1987; Monjas Casares, González Moreno y col.,
1998).
Michelson y otros. (1987) sostienen que las habilidades sociales no sólo son
importantes respecto a las relaciones con los pares sino que también permiten
que el niño y el adolescente asimilen los papeles y las normas sociales.
Los comportamientos sociales se aprenden
a lo largo del ciclo vital, por lo que ciertas conductas de los niños y adolescentes
para relacionarse con sus pares, ser amable con los adultos o reaccionar
agresivamente, entre otras, depende del proceso de socialización. Según
Schaffer (1990), las interacciones sociales implican una serie de modelos de
comportamientos muy complejos y sincronizados, ejecutados recíprocamente por
dos o más sujetos. Cabe destacar que la socialización se produce en
interrelación con el desarrollo cognitivo.
Tanto la familia y la escuela como el
acceso a otros grupos de pertenencia son ámbitos privilegiados para el aprendizaje
de habilidades sociales, siempre y cuando estos contextos puedan proporcionar
experiencias positivas para adquirir comportamientos sociales, ya que se
aprende de lo que se observa, de lo que se experimenta (propias acciones) y de los
refuerzos que se obtiene en las relaciones interpersonales; también se aprenden
comportamientos sociales de los medios de comunicación como la utilización de
productos simbólicos de la cultura.
En definitiva, el contexto en sus
múltiples acepciones (las características maternas y paternas, la experiencia
en la crianza, el acceso a mas medios como televisión o internet, entre otros)
se vincula de modo decisivo a cómo se aprenden y practican habilidades sociales
funcionales o disfuncionales.
La literatura enfatiza que los problemas
de relaciones interpersonales se presentan principalmente en aquellos sujetos
que se vinculan muy poco con sus pares. Estos se caracterizan por una evitación
del contacto social con otros sujetos (Monjas Casares, 2000) o bien por
mantener relaciones sociales violentas con sus pares (Cerezo, 1997). Estos
comportamientos están relacionados con los estilos de interacción inhibido y
agresivo, que dan cuenta de habilidades sociales deficitarias.
En
muchas ocasiones, estos déficits en las habilidades sociales pueden conllevar
la presencia de trastornos psicopatológicos en la vida adulta, aunque desde lo
planteado por León Rubio y Medina Anzano (1998) no se descarta la posición de que
los déficits en las habilidades sociales pueden ser tanto una causa, efecto o
concurrentes en la aparición de un trastorno psicológico.
Prieto Ursua (2000) afirma que se han
identificado ciertos factores de protección ante estresores ambientales que
disminuyen la aparición de problemas psicosociales en la infancia y
adolescencia, entre los que se destacan la competencia y el apoyo social, el
empleo del tiempo libre y adecuadas estrategias de afrontamiento.
Respecto a la competencia y el apoyo
social, se considera que las habilidades sociales son un medio excepcional de
protección y promoción de la salud. Desde estos planteos, la eficaz interacción
con los otros permitiría a los niños y adolescentes responder de modo positivo
ante situaciones de estrés, por lo que determinadas competencias como hablar con
pares no conocidos, expresar emociones positivas, establecer conversaciones con
pares y adultos, practicar habilidades sociales de elogio, entre otras, pueden
convertirse en factores protectores de la salud.
Semrud-Clikeman (2007) sostiene que la
integración del niño al ámbito escolar constituye una segunda socialización. La
educación se produce en un contexto social, con sus características propias,
donde los comportamientos sociales de los alumnos, de los maestros y la
interacción entre ambos resultan de una primordial importancia para el proceso
educativo como para el desarrollo de la competencia social infantil.
La interacción con los pares supone el
aprendizaje de numerosas habilidades sociales para el niño. Así se aprende a
dominar o proteger a los pares, a asumir responsabilidades, a devolver favores,
a considerar los otros puntos de vista y a valorar las habilidades de los
otros. Hoffman, Paris y Hall (1995) sostienen que estos aprendizajes son
posibles por procesos como el refuerzo por parte de los compañeros (a través de
halagos, imitación de la acción o la simple observación), el modelo de los pares
y la comparación social.
Un recurso muy importante para la aceptación
del niño por parte de los pares es la habilidad para regular emociones, ya que
controlar las reacciones emocionales le permite comprender las diversas
variables de una situación social y no sentirse abrumado por su propio estado
emocional.
Denham y otros (1990) sostienen que aquellos
niños que se relacionan satisfactoriamente con sus pares utilizan adecuadas
estrategias de resolución de problemas, por lo que puede considerarse otra
capacidad que potencia las habilidades sociales.
Mecanismos responsables del aprendizaje de
habilidades sociales
Caballo (1993), no existen datos
definitivos sobre cuándo y cómo se aprenden las habilidades sociales, pero la
niñez es sin duda un periodo crítico. Así, los niños pueden nacer con un sesgo
temperamental y su manifestación conductual se relacionaría con un sesgo
fisiológico heredado que podría mediar la forma de responder. El mismo autor
destaca la consideración de Buck (1991), según el cual, el temperamento,
considerado como la expresividad emocional espontánea, determina la naturaleza
del ambiente socio-emocional interpersonal y la facilidad para el aprendizaje.
En
primer lugar, el aprendizaje por experiencia. La habilidad social que una
persona muestra en una situación determinada está relacionada con la maduración
y las experiencias que el individuo haya tenido en situaciones similares. Los
niños, en sus interacciones con sus iguales y con los adultos, reciben
refuerzos o consecuencias aversivas del entorno, y de este modo van incluyendo
en su repertorio de habilidades y poniendo en práctica aquellas conductas
sociales con las que obtienen consecuencias reforzantes, y tienden a no
realizar conductas que les suponen consecuencias aversivas. La oportunidad para
practicar las conductas en diferentes situaciones (experiencias) es uno de los
condicionantes del desarrollo de las habilidades sociales (Caballo, 1993).
En segundo lugar, el aprendizaje por modelado. De
acuerdo con la teoría del aprendizaje social (Bandura, 1977), muchas conductas
se aprenden principalmente a través de la observación e imitación de otras
personas. Entre estas conductas se encuentran también las habilidades sociales.
A lo largo de la vida, las personas estamos expuestas a diferentes modelos
gracias a los cuales adquirimos determinadas conductas sociales (verbales y no
verbales) o inhibimos otras.
En tercer lugar, la instrucción directa.
Mediante las instrucciones verbales informales o sistemáticas de los otros
aprendemos a llevar a cabo determinadas habilidades sociales y a reconocer
conductas inadecuadas.
En cuarto lugar, el feedback de otras personas. La
información que los demás nos dan sobre nuestras conductas es otro de los
mecanismos que influyen en el aprendizaje de las habilidades sociales. En las
interacciones sociales manifestamos, directa o indirectamente, de forma verbal
o no verbal (a través de gestos, expresiones, posturas del cuerpo), nuestra
consideración del comportamiento de la otra persona. Este feedback ayuda a
controlar la conducta, a cambiarla en función del contenido de la información
proporcionada por quien da el feedback y a servir como reforzamiento social
contingente a las conductas sociales.
Es evidente que el aprendizaje de
cualquier conducta, pero sobre todo el de las habilidades sociales, se produce
siempre en contextos interpersonales, gracias a la interacción con los demás. A
lo largo de la vida serán muchas las personas significativas que influyan en el
desarrollo de las habilidades sociales.
Según Pérez (2000), la Organización
Mundial de la Salud, desde 1993 exhorta hacia una promoción de la salud pública
de modo especial, matizando el requerimiento de considerar la salud mental y
psicosocial como ejes fundamentales del proceso educativo. Dentro de ese mismo
accionar, la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Cultura UNESCO (2008), propone la iniciativa de aprender habilidades para la
vida, aprendizaje básicos que facilitan llevar a cabo un proyecto de vida más
saludable emocionalmente, propiciando con su manejo las relaciones con uno
mismo, con las demás personas y con el entorno social más amplio, de una forma
no agresiva, ni inhibida, sino asertiva, que permitan el conocimiento de uno
mismo, una conversación fluida y eficaz, tomar decisiones en consenso, entre
otras acciones humanas.
En correspondencia con lo antes descrito,
Caballo (2005) plantea que el manejo de habilidades sociales es la capacidad
que las personas poseen de percibir, entender, descifrar y responder a los
estímulos sociales en general, especialmente aquellos que provienen del
comportamiento de los demás, lo que apuntala hacia la capacidad del individuo
de captar los estímulos provocados por los otros en él, a través de los
componentes conductuales verbales y no verbales, con el fin de realizar una
interrelación efectiva. Por consiguiente, su adecuado manejo es sinergia de la
inteligencia emocional, como especial destreza en las relaciones sociales, ya
que a través de estas se controlan emocionalmente los individuos con sus
relaciones interpersonales; en ese sentido, existen referencias que permiten
valorar las habilidades sociales como elemento determinante en la conducta de
los individuos adolescentes, tan necesarios para un exitoso desempeño en la
sociedad actual, donde las exigencias de la contemporaneidad son superiores a
las de ayer e inferiores a las de mañana.
Para
la mayoría de los individuos, el establecimiento de relaciones con otras
personas, es un objetivo deseado o una experiencia reforzante; en consecuencia,
las relaciones sociales pueden considerarse como eventos gratificadores para la
mayor parte de las personas. No obstante, Kelly (2000) señala que para
conseguir cada uno de estos objetivos socialmente deseables, es preciso que las
personas dominen y manejen una serie de habilidades conductuales relativamente
bien organizadas.
Importancia de las habilidades sociales
Desde la perspectiva psicosocial, el
manejo de las habilidades sociales, y por ende funcionar emocionalmente de modo
equilibrado, es sinónimo de formas de vida y estilo de convivencia, de allí que
sean las que dan cara a la vida social, situación de la cual no están exentos
los estudiantes universitarios, quienes no solo tienen la obligación de
formarse intelectualmente, sino que además su proceso de formación permanente
les exige estar interactuando con sus aliados o pares de aprendizaje, así como
con los profesores, quienes son medidores o facilitadores dentro del ámbito
educativo universitario.
No obstante, las debilidades en cuanto al
manejo de habilidades sociales pudieran generar problemas en personas, entre las
personas, por ejemplo los estudiantes, en quienes se evidencia déficit en los
niveles de bienestar, perturbación en las relaciones interpersonales, bajo
rendimiento académico, distorsión en las conductas, poca participación en
clase, temor a las exposiciones orales, lo cual pudiese ser producto de su
idiosincrasia, ya que se evidencia sobre todo en estudiantes de las zonas
rurales con relación a las urbanas, o por el cambio del sistema de
enseñanza-aprendizaje del nivel de educación básica al universitario,
sintiéndose confundidos o perturbados y en muchos casos manifestando rechazo
hacia el nuevo nivel educativo, llegando en algunos casos a abandonar sus
estudios.
Las habilidades sociales están cobrando
especial relevancia en diferentes ámbitos, por razones como:
La existencia de una importante relación
entre la competencia social de la infancia y la adaptación social y
psicológica. Kelly (1987) expresa que la competencia social se relaciona con un
mejor y posterior ajuste psicosocial del niño en el grupo-clase y en el
grupo-amigos, y en una mejor adaptación académica. La baja aceptación personal,
el rechazo o el aislamiento social, son consecuencias de no disponer de
destrezas sociales adecuadas.
Argyle (1983) y otros especialistas como
Gilbert y Connolly (1995) opinan que el déficit en habilidades sociales podría
conducir al desajuste psicológico, y conlleva a que la persona emplee
estrategias desadaptativas para resolver sus conflictos. La competencia social
adquirida previamente garantiza una mayor probabilidad de superar trastornos.
Las habilidades sociales se correlacionan
positivamente con medidas de popularidad, rendimiento académico y aumento de la
autoestima. Las habilidades sociales se forman en el hogar e influyen en la
escuela.
En el ámbito de la pedagogía de la salud,
se aplican para el tratamiento y prevención de la presión, el alcoholismo, la
esquizofrenia, etcétera.
La carencia de habilidades sociales
favorece el comportamiento disruptivo, lo que dificulta el aprendizaje.
Según Gil y León (1995), las habilidades
sociales permiten desempeñar las siguientes funciones:
·
Son reforzadores en situaciones de interacción
social.
·
Mantienen o mejoran la relación interpersonal
con otros individuos. Una buena relación y comunicación son puntos base para
posteriores intervenciones con cualquier tipo de colectivo.
·
Impiden el bloqueo del reforzamiento social de
las personas significativas para el sujeto.
·
Disminuye el estrés y la ansiedad ante
determinadas situaciones sociales.
·
Mantiene y mejora tanto la autoestima como el
autoconcepto.
BIBLIOGRAFÍA
http://www.monografias.com/trabajos96/las-habilidades-sociales/las-habilidades-sociales2.
http://www2.ulpgc.es/hege/almacen/download/4/4615/Tema_1_Habilidades_Sociales.pdf
Fundamentos en Humanidades
Universidad Nacional de San Luis –
Argentina Año XII – Número I (23/2011) 159/182 pp (2011) Las habilidades
sociales en niños y adolescentes. Su importancia en la prevención de trastornos
psicopatológicos.
Caballo,
V. (2005). Manual de evaluación y entrenamiento de las habilidades sociales.
España. Siglo XXI.
http://publicaciones.urbe.edu/index.php/REDHECS/article/viewArticle/1822/3548