Madurez emocional:
La madurez emocional es un estado de
sabiduría, estabilidad y desapego.
El arte y la habilidad de la observación
desapegada nos permiten aprender importantes lecciones de nosotros mismos y
acerca de las relaciones interpersonales, lecciones que son esenciales para
progresar en la vida, social y profesionalmente, así como psicológica y
emocionalmente.
La madurez emocional reside en la
habilidad de interactuar con base al amor espiritual. Somos fuertes pero no
ásperos, resistentes pero no insensibles. La madurez emocional es el estado
interno cultivado y desarrollado en el que la energía del alma circula
libremente, no hay bloqueos emocionales ni pérdidas de energía.
Madurez emocional representa comprender nuestros
instintos profundos, conocer nuestras fortalezas y debilidades y tratar con
ellas. De esta forma nuestras debilidades no se cristianizan en un obstáculo o
fuente de sufrimiento o pesar, y nuestras fortalezas no se convierten en un origen
de arrogancia.
La madurez emocional se logra a lo largo
del tiempo a través de la interacción con las personas y a través de la
participación con grupos de personas en diversos proyectos. Excepto en casos
inusuales, no es posible volverse emocionalmente maduro desde el aislamiento.
Una combinación de meditación, estudio, desarrollo de habilidades y servicio
para el beneficio de los demás ayudan en cada paso del proceso de maduración.
Todos
los elementos de nuestra vida, los encuentros, actividades y experiencias que
tenemos (tanto agradables como desagradables) ofrecen oportunidades para
desarrollar la madurez emocional.
El término crisis de la mediana edad o crisis
de los 40 se utiliza para describir un período de controversia
personal, que comúnmente ocurren al alcanzar la mitad de la edad que se tiene como
expectativa de vida. La persona siente que ha pasado la etapa de su juventud y la entrada a la madurez. En
ocasiones, las transiciones que se experimentan en estos años, como el
envejecimiento en general, la menopausia, el fallecimiento de los padres o el abandono
del hogar por parte de los hijos pueden, por sí solas, disparar tal crisis. El
resultado puede reflejarse en el deseo de hacer cambios significativos en
aspectos clave de la vida diaria o situación, tales como la carrera, el
matrimonio o las relaciones románticas.
En cualquier caso, no es una enfermedad;
sino una fase de transición personal, que se puede vivir con mayor o menor
intensidad.
Características:
Se dice que las
personas que experimentan una crisis de la mediana edad presentan una o más de
las siguientes tendencias:
·
búsqueda de un sueño o meta indefinido
·
un profundo remordimiento por las metas no alcanzadas
·
deseo de lograr la sensación de juventud
·
necesidad de pasar más tiempo solo o con ciertas compañías
Se ha señalado
también que pueden exhibir algunos de estos comportamientos:
·
Abuso
en el consumo de
alcohol
·
Consumismo o adquisición
de artículos caros o extraños, como prendas de vestir, autos deportivos, joyas,
motocicletas, aparatos electrónicos, teléfonos costosos, tatuajes, etc.
·
demasiada atención a su apariencia física
El enfoque que cada persona le de a este
período de crisis podrá resultar positivo o no de acuerdo a los cambios que
decida realizar sobre sí mismo. El solo hecho de realizar una autoevaluación de
todo lo vivido hasta el momento no tiene porqué ser algo preocupante, de hecho,
tal vez sería sano realizarlo en las distintas edades y etapas de la vida.
La mediana edad en femenino
En la mujer, la fisiología que aparece en
la menopausia señala el inicio de la mediana edad. El término menopausia (del
griego menos -mes- y pausis –cese-) hace referencia al período del climaterio
femenino comprendido entre el final de la edad fértil y la última menstruación,
y es precedido y seguido por una fase de notable opresión psicosomática,
determinada por las grandes modificaciones fisiológicas y orgánicas que se
producen.
En este período se verifican tanto una gradual
y progresiva disminución de la función ovárica, como varios cambios hormonales,
somática y psicológica. La mediana edad de la menopausia se da alrededor de los
cincuenta años y es explicable científicamente por el agotamiento de los
folículos ováricos. En este estadio quedan pocos óvulos, y probablemente no
sirven.
Muchas son las hormonas implicadas: se
detiene la producción de estradiol, aumenta la hormona folículo estimulante
(FSH) y la hormona luteinizante o luteoestimulante (LH). Se reducen pero no
cesan los niveles plasmáticos de estrógeno y progesterona, mientras continúa la
secreción de testosterona. Estas grandes modificaciones hormonales, son
acompañadas de un conjunto de síntomas físicos y psíquicos presentes en más del
75% de los casos, al punto que un 20-35% de las mujeres solicitan consulta
médica.
Los síntomas físicos que prevalecen son:
inestabilidad vasomotora, accesos repentinos de calor, atrofia de la piel,
disminución del volumen mamario, osteoporosis, redistribución del tejido
adiposo, enlentecimiento del metabolismo.
Los síntomas psíquicos más frecuentes son:
ansiedad, irritabilidad, depresión, nerviosismo. Estos síntomas tienen también
implicancias relacionales: menos tolerancia, sobre todo para con las personas
más viejas.
También se modifica el umbral soportable
de rumor que inicia a dar más fastidio con la consecuente búsqueda de silencio
y soledad, o con el evitar lugares demasiado bulliciosos.
Aún si es postergada, a las mujeres les
llega la menopausia de todas formas, y se presenta como un pasaje visible,
imposible de ignorar, a una nueva fase de la vida. Quizás nosotras, como
mujeres, podemos dar a los hombres un aporte sobre el entrar con mayor
consciencia en la vejez, sin tener que recurrir a falsas ilusiones.
El factor socio-cultural influye sobre las
modalidades con las que las mujeres afrontan la menopausia. Por ejemplo, en los
países de cultura oriental, donde la maternidad es muy valorizada, es
obviamente más fácil vivir la menopausia como un período de decadencia o fin,
mientras que en los países occidentales, es interpretada como el final de un
período fecundo, pero no del único período fecundo.
En nuestra sociedad «la forma de vivir la
menopausia ha cambiado radicalmente sólo en los últimos veinte años (…) pero ha
sido un cambio profundo y velozmente difundido. Hoy en día, la gran mayoría de
las mujeres prolongan la duración del ciclo menstrual tomando hormonas que
pueden siempre más postergar la fecha funesta».
Hay que reconocer también que, por una
parte «la cultura contemporánea no está pronta para una perspectiva en la
tercera fase de la vida según la nueva configuración demográfica y la nueva
exigencia de felicidad»; «por otra parte existe casi una obligación a
permanecer jóvenes a toda costa (trato negativo de nuestra cultura): es como si
hubiera desaparecido una edad de la vida, la vejez». Nuestra cultura no nos
ayuda mucho: «la atención se concentra en la necesidad de salvaguardar una
buena parte de la salud, atrasando las manifestaciones de decadencia física y
mental (gimnasia, cosméticos, viajes, cirugía estética), en una especie de
imposible encuadre ideal del círculo entre la esperada edad de la jubilación y
la conquista de un físico joven para poder gozar plenamente de la vida
(deporte, cruceros, ocio)».
Son las
cincuentenarias, mujeres que viven una edad de pasaje: no son más jóvenes y
todavía no son ancianas; teóricamente “casi por jubilarse”, y sin embargo,
lidiando con los miles de problemas de la sociedad».
Fundamentos teóricos:
La teoría jungiana sostiene que la crisis de la mediana
edad es clave para la individualización, un proceso de auto-actualización y
auto-consciencia que contiene muchas paradojas potenciales. Aunque Carl Jung no describió la crisis de la mediana
edad per se, la
integración del pensamiento, sensaciones, sentimientos e intuición en la
mediana edad que él describe podría, al parecer, llevar a un estado de
confusión sobre la forma en la que se ha vivido la vida hasta entonces y las
metas que ha tenido. Posteriormente, Erick sostuvo
que en la séptima etapa de la vida, que es la edad adulta media, la gente lucha
por encontrar un nuevo significado y propósito para sus vidas. Tal
cuestionamiento, consideró, podría llevar a lo que se conoce como crisis de la
mediana edad.
Cambios en
el hombre: Andropausia.
A diferencia de las mujeres,
los hombres no perciben un cambio mayor y rápido (durante varios meses) en su
fertilidad a medida que envejecen (como la menopausia). En lugar de esto, los
cambios se presentan en forma gradual durante un proceso que algunas personas
denominan andropausia.
Los cambios en el sistema
reproductor masculino por el envejecimiento se presentan especialmente en los
testículos. La masa tisular se reduce y
el nivel de la hormona masculina testosterona permanece igual o se
reduce muy poco. Puede haber problemas con la función eréctil; sin embargo,
esto generalmente es lento, en lugar de ser una falta total de funcionalidad.
Los cambios en el aparato reproductor
masculino por el envejecimiento pueden abarcar cambios en el tejido testicular,
producción de espermatozoides y función eréctil. Estos cambios usualmente
ocurren de manera gradual.
Cuando se avanza en edad y existe menos testosterona disponible,
se producen algunos cambios que son considerados síntomas, que sirven para
sospechar la andropausia.
Entre ellos:
- Menor interés
sexual y problemas en la función eréctil.
- Cambios
emocionales, sicológicos y de conducta (pesimistas, desanimados)
- Pérdida de masa
muscular y de fuerza muscular
-Aumento relativo
de la grasa corporal y mayor acumulación en región abdominal.
-Pérdida de
agilidad y resistencia física, sensación de fatiga.
-Menor capacidad de
concentración.
-Menor densidad
mineral ósea (descalcificación ósea).
Existe gran variabilidad en los niveles de
testosterona entre los hombres, de manera tal que no todos experimentarán los
mismos cambios en la misma medida. Pero las respuestas típicas a los niveles
bajos de testosterona son fundamentalmente las recién enumeradas.
Disolución de la relación de pareja:
separación operativa
El divorcio es la consecuencia
de la decisión acordada entre los dos cónyuges o tan sólo la voluntad
de uno de ellos, según corresponda el caso, de disolver el vínculo
matrimonial por las diferencias irreconciliables que se suscitaron en la pareja.
A partir de lo planteado, se ha
coincidido sin ninguna duda al hablar de la familia, que ésta es el núcleo de
la sociedad y que su importancia es vital para el sano desarrollo de
todos los seres humanos. Sin embargo, en algunas circunstancias se debe
analizar la situación de divorcio, puesto que hay relaciones de pareja que se
han tornado demasiado conflictivas, teniendo repercusiones graves sobre los
hijos y habiendo agotado todos los recursos para solucionar esta realidad.
Bianco (1991)
expresa: "El divorcio es la disolución de un compromiso legal de una
pareja, estableciendo una nueva situación" (s/p). Por tanto, los padres se
pueden sentir desconsolados o contentos por su divorcio, pero los niños se sienten asustados y confundidos
por la amenaza a su seguridad personal, , además se sienten
culpables y desean reconciliar a sus padres, haciéndolos vulnerables
a enfermedades físicas y mentales. Por ello, los padres deben estar
atentos a cualquier señal de sus hijos, como rebeldía, falta de interés, agresividad; y deben hacerles saber que
seguirán siendo sus padres, aunque el matrimonio haya terminado.
Cabe destacar, que en una separación, los hijos experimentan una especie de duelo por la pérdida de la vida junto a sus padres y por el rompimiento de la estabilidad familiar, además de la amplia gama de pensamientos y sentimientos que se producen. También experimentan rabia hacia alguno de sus padres o impotencia por no poder hacer nada para evitar el rompimiento; otros pueden bajar su rendimiento escolar, encerrase en sí mismos, sentir tristeza, preocupación, vergüenza o confusión.
Cabe destacar, que en una separación, los hijos experimentan una especie de duelo por la pérdida de la vida junto a sus padres y por el rompimiento de la estabilidad familiar, además de la amplia gama de pensamientos y sentimientos que se producen. También experimentan rabia hacia alguno de sus padres o impotencia por no poder hacer nada para evitar el rompimiento; otros pueden bajar su rendimiento escolar, encerrase en sí mismos, sentir tristeza, preocupación, vergüenza o confusión.
Divorcio y sus repercusiones
socioemocionales y legales tanto en los ex cónyuges, como en los hijos/as.
Soledad
Los hijos de
divorciados, en comparación con los que viven con ambos padres, es posible que
presenten problemas de adaptación. Sin embargo, las estadísticas pueden estar
ocultando el hecho de que la mayoría afronta con éxito las trancisiones matrimoniales
de sus padres.
Durante el año que
sigue a la separación, tanto las hijas como los hijos, presentan unas tasas
superiores de problemas externalizantes, (agresión, delincuencia, consumo de
drogas,) que de los hogares intactos, aunque son más frecuentes y parecen
persistir durante más tiempo los
varones.
Concretamente ,
los niños/as de familias monoparentales a cargo de madres es mas probable que
presenten puntuaciones más elevadas en conductas agresivas, comportamiento
antisocial, conducta delictiva y consumo de alcohol y drogas (Canton y
Justicia, 2002).
Simons y Chao
(1996), plantean, los adolecentes de ambos géneros que viven en hogares
monoparentales, presentan más conductas delictivas (robos en hipermercados,
citación judicial, persistencia en actos delictivos) que los de hogares
intactos. Además, aunque los varones puntuan el doble que las chicas en
conducta delíctiva, las adolescentes de hogares monoparentales cometen más
actos delictivos que los varones de hogares intactos.
Para Farrell y
White, (1998), manifiestan, en las familias monoparentales se dan índices
superiores de consumo de drogas, independientes de estatus socioeconómico. La
presión de los iguales y la exposición de modelos desviados se relaciona, en
general, con el consumo de droga,
explicando un 39%, pero la relación es mas fuerte en las chicas que en los chicos y en los/as adolescentes a los que le falta el padre.
Clark y Barber
(1994), plantean, con respecto al desarrollo de problemas internalizantes, el
26% de las adolescentes y el 30% de los adolescentes hijos de divorciados obtienen puntuaciones extremas en depresión, situándose en el rango de 20%
superior (Conger y Chao, 1996). No obstante, los adolescentes que viven en
hogares intactos pero con escaso interés del padre por ellos tienen una menor
autoestima que los de hogares monoperentales en su situación.
Los estudios
recientes indican que la madurez que
parecen presentar los hijos de divorciados, pueden estar ocultando una
inversión de roles o parentificación instrumental, (tareas del hogar, cuidado
de sus hermanos) o bien emocional (actuar como consejero o confidente o incluso
prestar apoyo emocional al progenitor necesitado.
Los resultados de
los estudios realizados indican que en general,
los divorciados asignan a sus hijos adolescentes más tarea y les obligan
asumir más tarea que los padres de hogares intactos.
Hetherington,
(1999), manifiesta, no obstante, son las hijas que viven en hogares
monoparentales con una elevada conflictividad entre sus padres las que
presentan una mayor parentificación emocional con uno u otro progenitor.
Conflictos entres los excónyugues
Cantón y
Justicia, (2002), plantean, la cooperación, el apoyo mutuo y la no
confrontación entre los excónyugues tienen efectos positivos entre padres e
hijos; sin embargo, solo un 25% de divorciados consigue establecer este tipo de
relación.
Entre un 15 – 20% de los divorciados con
hijos tiene un elevado nivel de conflictos, incluso dos años después de la
separación, siendo temas comunes de discusión el reparto de bienes, la
residencia de los hijos, el régimen de visitas y la manutención.
Hetherington,
(1999), plantea, los conflictos que guardan relación con los hijos/as, que les
hacen sentirse amenazados físicamente o involucrados, los que implican violencia
o los que quedan sin resolver son los que más perjudican subdesarrollo. Los
hijos/as mayores son los que más responden negativamente y tratan de intervenir
cuando implican violencia, habiéndose encontrado también diferencia de género
en la respuesta a los conflictos entre los padres; las hijas tienden a
autoinculparse y los hijos a no verse involucrados.
Camara y Resnick, (1989),
plantea, cuando los cónyuges recurren a la agresividad verbal para resolver
las cuestiones relativas a la crianza de los hijos, estos presentan un comportamiento más agresivo y una menor autoestima y conducta prosocial, siendo
menos probables que ocurran cuando mantienen una relación de cooperación.
Hetherington,
(1999), manifiesta, las practicas de crianzas democráticas reducen en gran
medida los efectos de los conflictos. No obstante, en un hogar monoparental con
alta conflictividad entre los excónyugues y con un estilo no democrático de la
madre con la custodia, las prácticas democráticas del padre no residente, no
amortiguan los efectos negativos del estilo educativo de la madre. En los hogares
monoparentales la práctica de crianza de la madre son más determinantes que las
del padre para la adaptación de los hijos e hijas. Sin embargo, cuando las
visitas se producen en un contexto de baja conflictividad interparental y el
padre no residente se encuentra bien adaptado y usa un estilo democrático, sus
visitas frecuentes resultan beneficiosas para la adaptación de los hijos.
La soledad:
La
soledad es una de las emocionas más comunes que experimentan las personas
recién divorciadas. A pesar de que la tensión y el estrés pueden haberse ido e
incluso aunque sientas que la separación fue lo mejor, puede que sientas un
espacio vacío en tu vida. Esto es muy común y, afortunadamente, usualmente es
temporal. Ajustarte a tus nuevas circunstancias puede tomar algo de tiempo,
pero no temas, con tiempo tu vida se llenará de nuevas actividades y rutinas.
BIBLIOGRAFÍA
Elliott Jaques. "La muerte y la crisis de la
mediana edad" (Título original: Death and the Midlife Crisis),
International Journal of Psychoanalysis, 1965
·
Margie Lachman. "Desarrollo en la mediana edad" (Título
original: Development in Midlife), Annual Review of Psychology Vol. 55:
305-331, 2004.
Cantón D. José, Cortes
Arboleda Ma. Y otros (2002). Las consecuencias del divorcio en los hijos.
Psicopatología clínica, legal y forense. Vol. 2, N° 3, 2002 pp. 47 – 66
http://www.ehowenespanol.com/lidiar-soledad-despues-del-divorcio-como_49347/